El agua que se colaba por entre las rendijas de la chapa caía fría y hería como el filo de una navaja. Dentro de un bidón oxidado arden, dando un poco de calor a este gélido infierno, las tablas desvencijadas de un palet arrastrado por las negras meretrices para calentar las noches de espera entre un putero y otro. El interior de aquel almacén, sucio, húmedo y espeso como el interior de un panteón, colonizado por escombros, basura y miseria alberga a jóvenes rumanas, africanas y alguna que otra desgraciada nativa que, expulsada de otros campos de miseria, han sido autorizadas por el gobernante de aquel inframundo a permanecer en el Hades de la Colonia Marconi.
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