El fundamento económico de la nación es el desarrollo del intercambio sobre la base de la economía capitalista. La existencia de relaciones económicas determinadas, la comunidad de territorio, de idioma y de cultura constituyen los rasgos característicos de la nación. Se puede afirmar, por consiguiente, que la nación, en el verdadero sentido de la palabra, es un producto directo de la sociedad capitalista. Las unidades políticas y territoriales de la antigüedad y de la edad media no eran más que naciones en germen. Los países que no han entrado todavía en el período de desarrollo capitalista no pueden ser considerados, propiamente, como naciones.
La burguesía tiende a constituirse en estado nacional porque es la forma que mejor responde a sus intereses y que garantiza un mayor desarrollo del capitalismo. Los movimientos de emancipación nacional expresan esta tendencia, y en los estados plurinacionales, en que el poder está ejercido por los grandes terratenientes, adquieren una amplitud y una virulencia particulares. En este sentido, se puede decir que no representan más que un aspecto de la lucha general contra las supervivencias feudales y por la democracia. La historia nos demuestra, en efecto, que la lucha nacional ha coincidido siempre con la lucha contra el feudalismo.
Cuando la creación de los grandes estados ha correspondido al desenvolvimiento capitalista, ha constituido un hecho progresivo. Alemania, para citar sólo uno de los casos más típicos, nos ofrece un ejemplo elocuente de ello. Cuando la formación de los grandes estados precede al desenvolvimiento capitalista, la unidad resultante es una unidad regresiva, despótica, de tipo asiático, que contiene, en vez de favorecer, el desarrollo de las fuerzas productivas. Los ejemplos más característicos de este tipo de unidad los hallamos en los ex imperios ruso y austrohúngaro y en España. Por ello, en estos países la lucha por la emancipación nacional ha adquirido caracteres tan agudos y una importancia tan enorme como factor revolucionario.
Andreu Nin i Pérez (El Vendrell, Tarragona, 4 de febrero de 1892 - Alcalá de Henares, Madrid, 20 de junio de 1937), fue uno de los personajes más importantes del marxismo revolucionario en España de la primera mitad del siglo XX.
Si bien se integró primero en las filas del Partido Socialista Obrero Español, PSOE, pronto abrazó al sindicalismo revolucionario, ingresando en la CNT, la cual eligió como delegado al tercer congreso de la III Internacional y al congreso fundacional de la Internacional Sindical Roja. Nin se convirtió en un personaje clave de ambas internacionales aun después de que la CNT abandonara la III Internacional en 1922.
Vivió por un tiempo en Moscú, donde perteneció al equipo de León Trotsky. Se adhirió a la Oposición de Izquierda a partir de 1926, por lo cual tuvo que abandonar la URSS en 1930. A su vuelta a España, Nin fue clave en la formación de la Izquierda Comunista de España (mayo de 1931), grupo afiliado a la Oposición de Izquierda Internacional, y formó parte de la Alianza Obrera e intervino en los sucesos de octubre de 1934 en Cataluña. Al fusionarse su grupo con el Bloque Obrero y Campesino para fundar el POUM (1935), fue nombrado miembro del comité ejecutivo del nuevo partido y director de su publicación, La Nueva Era. Fue también elegido secretario general de la Federación Obrera de Unidad Sindical (FOUS) en mayo de 1936.
En 1937 fue detenido por la policía política soviética, que actuaba clandestinamente en la zona republicana durante la Guerra Civil Española con la connivencia de los mandos Comunistas. Luego de ser trasladado a Valencia y a Madrid, fue torturado y asesinado por orden del general Orlov, quien actuaba en nombre de Stalin.
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